domingo, 16 de junio de 2013

A escondidas

Érase una vez en el reino de los manuscritos voladores un niño que vivía con sus abuelos, ellos siempre sentados en la esquina de la realeza. Época de violines y cantos, Andrus deseaba cerrar los ojos, despertando en llamas con almas. Un buen día y después de que el silencio interrumpió el salón donde aquellos personajes merendaban, un gato que traía una carta bajo su cuello se acercó, nervioso la leyó, las palabras consumían rompiendo su catarsis, atrapando la taza de té que tenía cerca. Pidió ir a su habitación por unos momentos, el gato no sé por qué razón lo seguía; sentado en su cama mirando fijamente a la puerta entreabierta, la nieve tiñó sus manos y su corazón...
Las paredes hablan, dicen. Pero a veces no aguanto; lo observo, lo espío, bajo los arbustos, entre hojas que tapan mis miradas clandestinas. Le dije que olvidaría esta sensación, le dije que los astrónomos me lo habían comentado y hoy cuando los truenos rompan el cielo, yo intento unir nuestros brazos, sacudo la ropa, peino mi cabello, cuelgo la ropa, y él se sienta a tomar el té con tostadas cuando el sol cae, es como la percepción prohibida. Escucho las cucharas de azúcar y él cómo habla de mí sin yo saber.
Ella lo ponía nervioso. Cuando la taza se alzaba sobre los vientos, se podían a observar las ondas acercándose en los bordes y quería besarla, tocarla, aunque eso significara arrancarla de su destino.
La noche llegó, y pronto se irían a dormir. El reloj no paraba de sonar, su tic-tac estallaba subconscientemente en el pecho de cada uno, los pájaros ya no cantaban, la oscuridad cegaba, las rejas puntiagudas, ¡silencio! Cerremos despacito la puerta... Hola.
Entonces se dijo que no sería la última vez, que cuando volvieran a girar los relojes, el mundo les daría la espalda, pero no les importaba. Sin nada en la televisión ni nada que pudiera decirles lo que ellos pensaban, se liberaron de los ángeles y se ahogaron sin sus alas.

sábado, 8 de junio de 2013

Declaro que he existido



Escapé
a Venus, o quién sabe.
Leí
un abecedario perdido.
Desperté
bajo sueños baratos.
Caí
como suspiro de amor.
Mastiqué
mentiras paranormales.
Y morí
abrazando a mi unicornio.